La felicidad se experimenta, cuando aprendes a valorar las maravillas de Dios en tu vida, y le das gracias por ello. Con Dios todo, ¡sin Dios nada!. La felicidad que obtienes de Dios, es ricamente espiritual y es permanente.
No hay sensación más plena, más reconfortante, que sentirse feliz. Ser hijo de Dios, es la máxima felicidad, porque además de la vida bendecida del día a día, te da la esperanza de la vida eterna. La felicidad se disfruta sintiéndola, compartiéndola y proclamando a viva voz que: !Hoy soy feliz!. amén.
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